La última revolución en la historia adaptativa de los vegetales culminó con la aparición de la semilla, hace aproximadamente unos 300 millones de años con el surgimiento de las primeras gimnospermas (plantas con semillas desnudas) y más recientemente entre unos 180 y 65 millones de años con las angiospermas (plantas con semillas contenidas en un fruto). Entre ambas conforman el grupo de plantas más importante y diversificado con alrededor de 215.520 especies, las espermatófitas o plantas con semillas. Se podría decir que muy poco ha cambiado desde entonces.
¿Cuál es la verdadera importancia de este hecho?
El haber logrado retener una planta en lo que podríamos denominar "hibernación" o más apropiadamente "vida latente". De este modo, las especies logran dispersarse de la planta madre, sortear períodos poco propicios para su establecimiento y reiniciar en un sitio seguro un nuevo ciclo de vida y perpetuarse.
La semilla es de fundamental importancia para el hombre no sólo porque constituye el principal método de propagación de las plantas, sino porque también es importante fuente de alimento (Duffus & Slaughter,1980), de innumerables productos de aplicación medicinal y de materia prima para la industria textil, de pinturas y mas recientemente para la elaboración de combustibles ecológicos. Además, es esencial para la superviviencia de la humanidad, por cuanto almacena el más alto potencial genético que la ciencia pudiera llegar a desarrollar y es un elemento vital en la agricultura moderna (Douglas,1982).
¿Cómo podemos definir en forma adecuada el término semilla?
En términos generales, es el producto de una serie de procesos biológicos que comienzan con la floración y concluyen con la maduración del fruto. Desde el punto de vista botánico es el resultado de las diversas transformaciones que ocurren en el óvulo, luego de la fecundación y que a su madurez consiste en una estructura que contiene al embrión y las sustancias de reserva rodeadas por la cubierta seminal. Es, asimismo, la estructura típica de diseminación de las espermatófitas y en ella coexisten distintas generaciones.
Por otro lado, los frutos indehiscentes, en los que las paredes del mismo (pericarpo) se encuentran adheridas o no a la cubierta seminal, como los cariópsides de las gramíneas como el trigo (Triticum aestivum) y el maíz (Zea mays), o los aquenios de las ciperáceas como el cebollín (Cyperus rotundus) y las cipselas de las asteráceas como el girasol (Helianthus annuus), por ser estructuras funcionalmente análogas a las verdaderas semillas, se los considera fruto-semilla. De igual modo, los propágulos como porciones de tallo, hojas o raíces, modificadas (estolones, rizomas, bulbos etc.) o no, que se utilizan en la reproducción asexual, en sentido amplio también se los denomina semilla.
Además, con los últimos avances biotecnológicos se han obtenido para diferentes cultivos organismos genéticamente modificados, al incorporarles nuevas propiedades como resistencia a herbicidas, plagas y enfermedades, como así también semillas artificiales. Por lo tanto, desde un punto de vista agronómico y a la luz de estos nuevos desarrollos, es necesario replantear el concepto de semilla, figura 1.
FIGURA 1: Mapa semántico, CONCEPTOS QUE CONVERGEN PARA DEFINIR UNA SEMILLA CON SENTIDO AGRONÓMICO. |
¿Podríamos definir una semilla con sentido agronómico ?
Un concepto más amplio de semilla queda establecido en la Ley de Semillas y Creaciones Fitogenéticas N° 20247 promulgada en 1979, que define a la semilla o simiente como todo órgano vegetal, tanto semilla en sentido botánico estricto como también frutos, bulbos, tubérculos, yemas, estacas, flores cortadas y cualquier otra estructura incluyendo plantas de vivero que sean destinadas o utilizadas para siembra, plantación o propagación.
La Semilla como Insumo y Producto de la Actividad Agropecuaria
La semilla una vez madura está sujeta a presiones selectivas de distinta naturaleza; por un lado debe ser exitosa en la dispersión, en el establecimiento en un ambiente apropiado y en sobrevivir en condiciones ambientales desfavorables: agua, luz, temperatura, presencia de patógenos, predadores y competidores. Además, tanto para las especies que constituyen pastizales naturales como para aquellas que son objeto de cultivo, la supervivencia de la semilla es fundamental para alcanzar una exitosa germinación, implantación y posterior crecimiento, que resulte en una mayor vida útil de la pastura, o en un buen rendimiento del cultivo. Por esta razón, es de capital importancia la función que cumplen los bancos de germoplasma en el almacenamiento de las semillas, para su preservación como fuente de material para su multiplicación, tanto para agricultores como mejoradores e industrias interesadas en el procesamiento y comercialización de las mismas.
Aproximadamente el 70% de los alimentos consumidos en el mundo son provistos directamente por semillas, principalmente de cereales, como el trigo pan (Triticum aestivum), maíz (Zea mays) y arroz (Oryza sativa), como esencial fuente de hidratos de carbono. En menor proporción, las semillas de leguminosas, como la soja (Glycine max), la arveja (Pisum sativum) y las distintas especies y variedades de porotos (Phaseolus spp.) son de particular importancia como fuente de proteínas. Ambos grupos cubren una amplia gama de requerimientos energéticos nutricionales básicos (carbohidratos, lípidos y proteínas) para el hombre.
Según documentos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la demanda mundial de granos está actualmente por sobre la producción, determinando que al inicio del tercer milenio 826 millones de hombres, mujeres y niños padezcan hambre. Además, si se tiene en cuenta el crecimiento demográfico previsto para las próximas décadas, cabe preguntarse ¿Cómo se podrá alimentar una población mundial que será de 8.300 millones de habitantes para el año 2025?
Es así como surge la necesidad de una estrategia agrícola que resulte en un rápido aumento de las áreas de producción y de los rendimientos de los cultivos en la mayoría de los países. La práctica de una agricultura sustentable, basada en la obtención de beneficios mediante la utilización racional de los recursos naturales y la puesta en juego de nuevas tecnologías para una mejor aplicación de los insumos, puede ser la respuesta.
De este modo la disponibilidad de semillas de buena calidad, provenientes de variedades mejoradas, es el pilar del desarrollo tanto para las mejores tierras agrícolas como para aquellas áreas menos favorecidas, y es uno de los factores del éxito de dicha estrategia. Por lo tanto, queda en los científicos, técnicos y productores, entre otros, la responsabilidad de responder a este desafío que implica atender los requerimientos de un mundo que tendrá 2.700 millones más de habitantes, sin profundizar el deterioro del ambiente, preservándolo para las futuras generaciones.