CAPITULO 2 EL MODELO BASE DE LA MICROECONOMÍA: LA COMPETENCIA PERFECTA. En teoría económica se llama modelo a un conjunto de hipótesis en lo posible pocas y compatibles entre ellas, a partir de las cuales se busca deducir resultados o “teoremas”-. En este capítulo vamos a presentar de manera relativamente detallada las hipótesis del modelo de “competencia perfecta” también denominado de Arrow-Debreu. Este modelo está en el corazón de la microeconomía, la cual se ha constituido a partir de éste y le sirve siempre de referencia en tanto considera otros modelos, como el monopolio y el duopolio, que se verán en el capítulo 4. Si la competencia ocupa un lugar tan preponderante en la microeconomía es por dos razones: vuelve posible situaciones consideradas como “buenas” por la sociedad, es su aspecto “normativo”; representa también el caso más simple posible, aunque alguien después de consultar un tratado de microeconomía atiborrado de símbolos matemáticos lo dude. Retornaremos en el próximo capítulo sobre la dimensión normativa de la competencia perfecta. En lo concerniente a su relativa simplicidad digamos que ello tiene un precio importante, dado que necesita adoptar hipótesis demasiado restrictivas sobre el comportamiento de los individuos y, sobre todo sobre la forma de organización de sus relaciones, lo que no se corresponde con la idea que uno se hace habitualmente de la competencia. Comenzaremos por hablar de esta forma de organización mas adelante precisaremos las hipótesis sobre los comportamientos, en el cuadro descrito. 1. LA FORMA DE ORGANIZACIÓN SOCIAL INHERENTE A LA COMPETENCIA PERFECTA. Cuando se presentaron los análisis marginalistas fuimos vagos sobre la manera como eran organizadas las relaciones económicas, en tanto nuestro propósito era hacer comprender el razonamiento “al margen”. De la misma manera habíamos evitado emplear términos como “competencia” o “mercado” aunque los “padres fundadores” del marginalismo no evitan hacerlo. Ahora, para ellos esto no parece ser muy problemático, en la medida en que su procedimiento pretendía ser “realista” y no sólo axiomático. Es así como Marshall, no duda, en su principal obra teórica, Los principios de Economía, un llamado a datos estadísticos o a entrar en “detalles” cuando describía un mercado, por ejemplo la plaza de una pequeña aldea. No obstante, el principal obstáculo de este tipo de procedimiento es que los resultados dependen estrechamente del marco escogido; en el límite, cada “mercado” necesita una representación particular, con sus consecuencias, propias. Dicho de otra forma, si se desea construir una teoría lo suficientemente general se necesita hacer abstracción de los “detalles”, para retener sólo lo que se considera como esencial; tal es el punto de vista de la microeconomía; por lo demás, el lugar otorgado a las matemáticas es poco compatible con las sutilezas de orden institucional, como lo prueba la débil matematización de la sociología por ejemplo. De esta forma se ha convertido en hábito para los microeconomistas distinguir entre dos grandes tipos de situación: el caso competitivo y el caso no competitivo. a) Qué se entiende por “situación competitiva? Habitualmente se dice que hay una “situación competitiva” si se cumplen ciertas condiciones; por ejemplo:
A ello se agrega la idea de que existen “mecanismos” que actúan de manera tal que las ofertas y demandas se igualen y cada bien tiende a tener un precio único o casi único al menos si existe “libre entrada”, es decir, si cada uno se puede convertir en demandante u oferente si así lo desea, de tal manera que se provoque el “ajuste” del mercado. Otra manera usual para describir situaciones competitivas consiste en invocar las “fuerzas del mercado” y su acción en tanto que ellas no sufran ningún tipo de “tropiezo”. Ahora, emplear metáforas y un cierto vocabulario propio de la física -como “fuerzas”, “mecanismos”, “ajustes”- que hacen pensar en una máquina bien aceitada no es satisfactorio, ya que no permite saber como se hace, o se puede hacer, la coordinación de las preferencias individuales. Si se desea avanzar e ir mas allá de las metáforas es necesario dar un contenido preciso, susceptible de interpretación económica a las “fuerzas” en liza. Se necesita también distinguir claramente las etapas del razonamiento, la manera como se “desarrolla” el modelo, efectuando claramente la distinción entre variables, y datos o parámetros. El problema esencial de la formación de los precios muestra por qué ello debe ser así. b) De dónde vienen los precios? Al presentar el procedimiento de los marginalistas en el capítulo anterior, hemos considerado los precios como dados, lo que permitía a los individuos aplicar reglas de cálculo “al margen”, y después hemos supuesto que cambiaban en función de la oferta y demanda ...construidas estimando los precios como dados! Si no se pone cuidado sobre el tema se corre el riesgo de efectuar razonamientos circulares (precios “dados” que varían bajo el efecto de comportamiento “con precios dados”); por tal razón es primordial proceder por etapas, considerando sucesivamente:
Posteriormente se vuelve a empezar. De tal manera se ve surgir un proceso, que se representa por medio del siguiente esquema simple:
Este esquema es un embrión de modelo; ahora, para construir un modelo acabado hay que precisar:
La forma como se den estas precisiones es esencial en microeconomía ya que los resultados del modelo y su interpretación económica están en estrecha relación. Vamos a ver como es el asunto en competencia perfecta. c) Precio y “subastador”. En nuestro esquema, como en el enfoque marginalista tradicional, los precios son en principio “dados” o “fijados”. Ahora, por quien? Si son fijados por los individuos mismos, la situación se vuelve muy difícil de modelar. De un lado, porque, en tanto la selección de cada uno se hace simultáneamente sobre los precios y las cantidades, se debe agregar a la función de utilidad o de producción, una “regla de fijación de precios” característica para cada individuo; de otro lado, porque los precios de los bienes son forzosamente “personalizados”, luego diversos, en tanto que cada agente -vendedor o comprador- los fija a su antojo; tal multiplicidad de precios para cada bien plantea, de manera particularmente aguda, el problema de la recolección y el tratamiento de la información. La forma más sencilla de esquivar estas dificultades consiste en suponer que cada bien tiene un precio único conocido por todos, a partir del cual se configuran las ofertas y demandas individuales, es decir, suponer que los consumidores y productores son “tomadores de precios”. Ello es posible sólo si los precios son “fijados” por alguien que no es parte activa en la economía considerada, por lo cual sus proposiciones de precios son aceptadas por todos los agentes. Ya que se tomó como referencia al mecanismo de las Bolsas de valores, a tal personaje se le denominado “subastador”. Así pues, cuando los economistas emplean la fórmula “sea un bien cuyo precio es p” sin otra precisión, suponen, sin decirlo, que existe un “subastador” que fija tal precio único, conocido por todos. Tal hipótesis es una de las características fundamentales de la competencia perfecta. Ahora, para describir tal hipótesis, se puede recurrir a otras metáforas diferentes a la del “subastador”, por ejemplo un computador central que propone los precios, por Internet o por Fax, pero todas ellas tienen como punto común la unicidad del precio por bien, conocido por cada individuo y que sirve para establecer las ofertas y demandas. Además, en su artículo de 1954 dónde demuestran la existencia de un equilibrio general de competencia perfecta, Arrow y Debreu invocan explícitamente un subastador. Vislumbran la economía como un juego, en el sentido de la teoría de juegos, con un director-organizador -el subastador- que fija los precios, centraliza las ofertas y demandas de los otros jugadores -consumidores y productores-, cuyo objetivo es volver mínima la diferencia en valor entre las demandas y las ofertas, aunque ello no le traiga un beneficio, es un agente altruísta. d) Competencia perfecta y centralización de ofertas y demandas. Para precios fijados y aceptados por todos, los individuos van a definir sus ofertas y demandas, buscando maximizar su satisfacción -utilidad- o su beneficio. Sin embargo, no hay ninguna razón para que estas ofertas y demandas concuerden, bien sea en el ámbito bilateral o global. De esta manera, si dos individuos cualquiera confrontan sus ofertas y demandas, por regla general no son iguales; si por ejemplo un individuo ofrece 10 manzanas y demanda 6 bananos, sería una casualidad extraordinaria que encontrara otro individuo que demandara 10 manzanas y ofreciera 6 bananos. A fin de evitar este problema de concordancia entre ofertas y demandas bilaterales, el modelo de competencia perfecta supone que las ofertas y demandas individuales primero se reagrupan y luego se confrontan globalmente. Esta es la segunda característica esencial de la competencia perfecta. De tal manera, luego de haber fijado los precios el subastador centraliza las ofertas y demandas ordenadas sobre la base de estos precios; después las adiciona para cada bien y procede a compararlas. Aunque el problema sea más sencillo si se compara con el caso de las confrontaciones bilaterales, no hay acá tampoco razón para que ofertas y demandas sean iguales. En consecuencia el subastador hará variar los precios teniendo en cuenta las diferencias que constate entre ellas. A los nuevos precios fijados corresponderán otras ofertas y demandas, las cuales confrontará de nuevo después de reagruparlos y así sucesivamente. Se tiene pues el proceso descrito en la página....: precios fijados cálculo de ofertas y demandas individuales centralización por el subastador nuevos precios fijados, proceso al cual las hipótesis de la competencia perfecta dan una forma precisa. e) Equilibrio y tanteo. El modelo de la competencia perfecta ha sido construido para resolver el problema central de la microeconomía, el de la coordinación de las preferencias individuales. De manera que si los precios fijados por el subastador son tales que se presente una igualdad entre ofertas y demandas globales, entonces tal coordinación es posible y se dice que se está en presencia de un precio de equilibrio porque el subastador no necesita efectuar modificaciones. No obstante, del hecho que la coordinación sea posible no se infiere que se lleve a cabo realmente, incluso en el marco muy particular de la competencia perfecta. De nuevo, falta pues que el subastador tenga un medio para encontrar un precio de equilibrio. Walras era consciente de este problema; incluso imaginó un proceso de búsqueda de los precios de equilibrio que denominó tanteo y que consiste en implementar lo que se entiende por la “ley de la oferta y la demanda”: aumentar el precio de los bienes cuya demanda es superior a la oferta, disminuir el precio de aquellos cuya demanda es inferior a la oferta. Samuelson fue el primero en dar forma matemática a tal proceso en 1941. Pero no prueba, ni por lo demás busca hacerlo, que puede conducir a un equilibrio, al menos “al cabo de cierto tiempo”. Otros, y entre los más célebres economistas, han intentado hacerlo, pero, como lo veremos en el próximo capítulo, se han enfrentado a dificultades insospechadas, que han sacudido profundamente el edificio construido en el marco de la competencia perfecta. 2. LA COMPETENCIA PERFECTA: AGENTES Y COMPORTAMIENTO. Después de trazar las principales características de orden “institucional” del modelo de competencia perfecta, vamos a precisar la naturaleza y los comportamientos de los individuos que actúan en el marco de este modelo. A. Los agentes. Hasta ahora nos hemos contentado con hacer alusiones a las “preferencias individuales”, sin precisar la naturaleza exacta de los “individuos” referidos. Es cierto que la microeconomía se propone partir para sus análisis de unidades de base indiferenciadas. Sin embargo, si ella quiere a sus propósitos un contenido un poco más preciso, “económico”, está obligada a establecer una distinción entre los individuos según sus funciones o su tipo de actividad. Ello la conduciría a verlos como agentes. De esta manera ya nos hemos encontrado con dos tipos de agente, el “consumidor” y el “productor”, a los cuales se agrega el subastador, aunque este se considera que está por “fuera del modelo”, ya que él lo pone en funcionamiento pero no toma parte. Ahora, como son justamente esos agentes los que ocupan un lugar central en la competencia perfecta, y también en la microeconomía, vamos a volver sobre sus principales características. a) El consumidor -o los hogares-. Habitualmente se denomina “consumidor” al primer gran tipo agente de la microeconomía. No obstante esta denominación deja bastante que desear; en efecto, el consumo supone que exista una producción previa al intercambio. Quien consume debe disponer de recursos y procura emplearlos lo mejor posible. Entre estos recursos, está en primer lugar su tiempo disponible, que puede vender, al menos en parte, contra una retribución; puede tener también derechos de propiedad -por ejemplo sobre terrenos, inmuebles o empresas lo que daría lugar en el último de los casos a la obtención de dividendos- o también tener inventarios de todo tipo de bienes. En tales condiciones, para cada individuo el consumo sólo constituye una elección entre muchas más opciones. Por tal razón, cuando el microeconomista evoca esta elección ampliada, no habla mas del consumidor sino del “hogar”; retoma así la terminología empleada por la contabilidad nacional cuando quiere designar las unidades de decisión en las cuales el consumo -presente o futuro- es el objetivo último. Se puede incluso notar que el recurso a la noción de hogar constituye una infracción al principio de base de la microeconomía, esto es tomar al individuo como punto de partida, ya que por regla general un hogar designa un grupo de personas que vive en comunidad, cuya forma puede variar de una sociedad a otra, y al cual se le atribuyen gustos y una voluntad como si fuera un individuo. El agente “consumidor” u “hogar” -de ahora en adelante emplearemos indiferentemente uno u otro término- va a estar caracterizado por dos parámetros, dados a priori:
Evidentemente, los valores tomados por estos parámetros pueden variar de un hogar a otro; es por lo demás, esta diversidad el origen de los intercambios entre los individuos. Pero también explica la imposibilidad, en microeconomía, de caracterizar de manera relativamente precisa las unidades de base del modelo. En efecto, si todo el mundo tuviese la misma relación de preferencias, se la podría deducir de la observación del comportamiento de una multitud de individuos. Ahora, como no existen dos seres humanos idénticos, no es posible determinar, incluso de manera aproximada, los gustos de cada cual; incluso, si se pudiera, no se ve con facilidad como construir y “hacer funcionar” un modelo con millares, incluso millones, de unidades de base cada una con características propias. Por tal razón, el procedimiento microeconómico es fundamentalmente teórico; tal procedimiento no tiene, y no lo puede tener, una dimensión propiamente experimental. Es suficiente, para persuadirse, consultar los tratados usuales de microeconomía; bien porque no suministran ningún dato expresado como cifra, o porque suministran algunos “ejemplos” construidos a título ilustrativo -con cuadros de cifras o curvas construidos para la ocasión- o bien por que empleen algunas estadísticas -sobre el consumo, los precios, el consumo, el ingreso- que siempre se refieren a conjuntos de individuos, -de una ciudad, de una región, de un país-, y no a las unidades de base. El microeconomista no puede pues pretender que trabaja, frente a la diversidad de las características individuales, con montos o cifras concretas; se tiene que contentar con hipótesis de tipo cualitativo por ejemplo: la satisfacción crece con las cantidades consumidas, los hogares “prefieren las combinaciones”, etc. Es claro que una manera tal de actuar sólo acentúa el carácter abstracto del procedimiento microeconómico y exige un complejo tratamiento matemático, bastante alejado de los cálculos relativamente simples de los primeros marginalistas, lo cual choca con frecuencia a los no iniciados. Estas notas son válidas también para la teoría económica del productor. b) El productor -o la empresa- En un mundo formado exclusivamente por artesanos que trabajan independientes, producción y productor se pueden asimilar; incluso, la distinción entre hogares y productores no tiene entonces mucha razón de ser; por lo demás en la contabilidad nacional, los empresarios están englobados en la categoría de los hogares, en vista de que no se pudo establecer cuentas distintas. Por ello cuando el microeconomista emplea el término “productor” significa con ello “la firma”, es decir, un conjunto de individuos que tiene actividades en común. Se evidencia el problema surgido con el empleo de la noción “hogar”: la unidad de base, en lo que se refiere a la producción, no se puede reducir a un solo individuo con objetivos propios; esta noción se refiera a una agrupación de individuos con motivaciones propias y no por ello concordantes. Frente a tal problema, el microeconomista actúa “como si” la empresa se pudiera asimilar a un individuo, caracterizado por una función de producción -como el hogar lo es por una función de utilidad-, cuyo objetivo es lograr un beneficio máximo; de la misma manera el hogar busca maximizar su satisfacción. La función de producción asocia, por definición, la cantidad máxima posible de producción, habida cuenta las técnicas disponibles, a partir de cada una de las canastas de insumos -o de “entradas”- posibles. Así, la noción de función de producción supone implícitamente la de eficiencia, es decir, la preferencia de la técnica mejor adaptada, en todas las circunstancias; no obstante, el microeconomista no se siente involucrado por esta selección, que es misión del ingeniero. El esquema siguiente resume lo que se acaba de indicar.
Aunque la función de producción tenga un contenido mucho más “objetivo” que la función de utilidad, dado que las condiciones técnicas de producción son relativamente más explicables que los “gustos” de cada cual, no es tampoco posible determinarla empíricamente, excepto casos muy particulares. La explicación de esta dificultad es sencilla: no se debe olvidar que los insumos son cantidades de bienes o de servicios, medidas en sus unidades propias, físicas, y no en dinero. Cómo determinar, una relación funcional precisa, y no de manera complicada, entre la producción y el número de horas de trabajo -trabajo calificado y no calificado, de ingeniería, de secretaría etc.-, los “servicios” suministrados por las máquinas, la energía consumida, los diversos tipos de materia prima empleados? Además, si fuese posible establecer con una cierta precisión una tal relación, habría que hacerlo para cada una de las empresas de la economía examinada, ya que no hay ninguna razón para suponer que dos empresas distintas sean representadas por la misma función de producción, lo que es prácticamente imposible y quizá carente de interés. De la misma manera que la relación de preferencias de los hogares, la función de producción es una noción puramente teórica a la cual no es posible asignar un contenido empírico preciso, al menos a un nivel microeconómico. c) Otros agentes Consumidores-hogares y productores-empresas son los agentes principales, fundamentales, de la microeconomía a los cuales busca referirse con frecuencia. De tal manera que todo intermediario entre la producción y el consumo, del pequeño vendedor hasta el hipermercado, se considera como una empresa que compra a los productores y revende a los consumidores su producción; su función de producción consiste entonces en la actividad de almacenamiento remunerado con la diferencia entre los precios de compra y venta de los bienes. De la misma manera un banco “produce” créditos a partir de los depósitos que recibe, una compañía de seguros “produce” indemnizaciones a partir de las primas que cobra, etc. No obstante hay un “agente” que no se puede tratar de esta manera: el Estado. En tanto su función esencial es fijar las reglas de juego y vigilar su cumplimiento, no se puede reducir a una función de consumo o de producción. Por lo demás, hemos podido constatar su carácter indispensable en el modelo de competencia perfecta donde el Estado es representado por el subastador. Ahora, es cierto que existe una corriente de microeconomistas, como la escuela denominada del “Public Choice” de James Buchanan (1919- )y Gordon Tullock (1922- ) que ven en el Estado un agrupamiento de individuos que tienen sus propios intereses y a los cuales se les puede aplicar la misma interpretación -del individualismo metodológico- como se hace en la lectura habitual para los agentes básicos. No obstante, proceder de esa manera implica hacer desaparecer al Estado en tanto entidad particular que se diferencia de la masa mas o menos indiferenciada de los individuos. Sobre todo, no se hace mas que aplazar el problema ya que si se considera al Estado mismo como una especie de mercado, cualquiera que sea el contenido que se le dé a esta expresión, se debe precisar la forma de organización de este “mercado” y, particularmente, la instancia que la supervisa. Dicho de otra manera, todo modelo microeconómico supone una forma de organización social que se traduce en leyes, normas o convenciones, con frecuencia implícitas, entre los individuos, alguno de los cuales son necesariamente el garante. Así pues, en el modelo de competencia perfecta, cada uno está obligado -o lo acepta voluntariamente- a someterse al subastador antes de efectuar cualquier transacción; ninguna persona cuestiona la estructura de los derechos de propiedad, tal como aparece en las “dotaciones iniciales” de los hogares. Hay acá una estructura estatal que antecede al mercado y en la cual este se organiza; dicho de otra manera, no hay mercado sin contrato social previo, contrato que no pude ser asimilado a un mercado. B. Las ofertas y demandas competitivas. A los precios fijados por el subastador, los hogares y las empresas formalizan sus elecciones, sus preferencias, las cuales se traducen en ofertas y demandas. Sabemos que esas preferencias se constituyen fundadas en el principio de maximización de la utilidad o del beneficio según el caso, pero ello no es suficiente para caracterizarlas completamente. Por tal razón el modelo de competencia perfecta agrega una hipótesis adicional sobre el comportamiento o la sicología de los agentes. a) Competencia perfecta y anticipaciones En tanto que un individuo enfrenta un precio, lo puede interpretar como una “señal” sobre el estado de las ofertas y demandas de otros individuos, para sacar ventaja de esta información. Así pues, si anticipa un alza de precios de un bien, puede comportarse como demandante “a título especulativo”, y no porque su consumo le permite maximizar su utilidad o su beneficio. En ese caso, las reglas “marginalistas” usuales no se pueden aplicar o, al menos, deben ser adecuadas. Incluso si un individuo no busca especular, puede que constate que a ciertos precios fijados, las ofertas y demandas no concuerdan (por lo demás es el caso general ya que los precios se escogen al azar); dicho de otra manera, el individuo está sometido a restricciones, diferentes a su restricción presupuestal, bien sea al nivel de aprovisionamientos, o al nivel de entregas; se habla en este caso de restricciones cuantitativas. Es racional de su parte reaccionar constituyendo inventarios, adelantando una campaña publicitaria, etc. Ahora, en este caso, su comportamiento no se puede reducir a un cálculo simple de maximización. Frente a estas dificultades, el modelo de competencia perfecta procede de manera radical, atribuyendo a los hogares o a las empresas un comportamiento que algunos califican de “ingenuo” o “miope”. En efecto, supone que unos y otros establecen sus planes basándose sólo en la “señal” enviada por los precios fijados, sin considerar las eventuales restricciones cuantitativas que podrían soportar o en las consecuencias de sus acciones reducidas sólo a ofertas y demandas. Semejante comportamiento, que parece poco racional, se puede justificar invocando el marco institucional de la competencia perfecta, donde el subastador dirige el juego, fijando los precios según su buen juicio, centralizando las ofertas y demandas individuales donde no haya intercambios antes de que se “encuentren” los precios de equilibrio. En la medida en que cada cual acepta las reglas del juego, acepta también el comportamiento pasivo que se le atribuye en el modelo. Las ofertas y demandas establecidas con base de un tal comportamiento son denominadas competitivas o en ocasiones walrasianas. Tienen sus características propias según las empresas o los hogares. b) Las ofertas y demandas competitivas de los hogares. A priori estas ofertas y demandas no tienen un problema particular: los hogares que disponen de recursos limitados su dotación inicial, no pueden ofrecer ni demandar cantidades ilimitadas de un bien. Dicho de otra manera sus preferencias son definidas si sus gustos lo son. Evidentemente la forma de sus preferencias depende de la misma forma de su relación de preferencias. De tal manera, si un consumidor “prefiere las combinaciones”, entre dos canastas juzgadas equivalentes, prefiere la formada por la mitad de un bien y la mitad de otro, y si desea consumir al menos “un poco” de cada bien, entonces conservará la canasta para la cual sus tasas marginales de sustitución entre sus diversos bienes son iguales a sus relaciones de precios. Dicho de otra manera, escoge la canasta de bienes en las cuales sus tasas de cambio subjetivas(dadas por sus tasas marginales de sustitución), son iguales a las tasas de intercambio objetivas, dadas por los precios fijados. Además, el valor de la canasta del bien óptimo debe ser igual al ingreso del hogar. En efecto, si ése no fuera el caso, es decir, si un hogar decidiera “echar a un lado” una parte de sus recursos, por ejemplo para enfrentar las “vicisitudes de la vida”, entonces el modelo debería precisar la regla adoptada y, por tanto hacer intervenir, una vez mas, las anticipaciones. Con el fin de evitar esto se supone que los precios fijados se refieren a todos los bienes que intervienen en la función de utilidad y de producción tenidas en cuenta en el modelo. Se dice, a propósito de este tipo de hipótesis que existe un sistema completo de mercados. Esta hipótesis no excluye forzosamente toda dimensión temporal; es decir, ciertos bienes considerados pueden ser bienes futuros, esto es bienes producidos y consumidos en fecha ulterior a la de su fijación de precios, pero, lo que es muy importante, figuran en las relaciones de preferencia y en las funciones de producción y que sus precios sean conocidos “ya”, de manera tal que se les pueda aplicar los mismos métodos de cálculo que a los otros bienes que no se distinguen en nada en el plan del tratamiento matemático. Volveremos mas tarde sobre este punto en el capítulo 3. Bajo estas hipótesis, las preferencias de los hogares se determinan teóricamente; estas preferencias son el origen de las ofertas fuente de ingresos y de las demandas para el consumo presente y futuro. c) Las ofertas y demandas competitivas de las empresas. Las preferencias de las empresas aparecen, a primera vista, más simples que las de los hogares, porque no se hace aparecer una restricción como la presupuestal. Así es en efecto si se supone que la empresa conoce todas las técnicas existentes, de las cuales selecciona la función de producción más eficiente, para cada canasta de insumos posible, y que, puede adecuarla sin un costo particular. Si tal es el caso, el tratamiento matemático del “programa del productor” es más simple que el del consumidor ya que consiste, como lo vimos en el capítulo precedente, en calcular la productividad marginal de cada insumo e igualarlo al precio relativo de este. Sin embargo, para que este programa tenga una solución hay que imponerle condiciones relativamente fuertes a la función de producción, que no era el caso para la relación de preferencias del consumidor. En efecto, si esta función tiene rendimientos crecientes a escala, o con productividades marginales crecientes, la empresa confecciona teóricamente una oferta infinita de producción y una demanda infinita de insumos, porque en este caso su beneficio aumenta con la cantidad producida, en la medida de tener un costo marginal decreciente. Es verdad que la empresa debería saber que hay un límite a sus ventas (y a las cantidades de insumos que puede comprar), pero en las hipótesis de la competencia perfecta se asume que eso no importa dado que la única señal a considerar es la de los precios -que la lógica considera independientes de sus propias preferencias-. En consecuencia, para que las ofertas y demandas competitivas de las empresas sean definidas, hay que excluir el caso de los rendimientos crecientes a escala o las productividades marginales crecientes. Notemos que, en tanto los rendimientos a escala son constantes, como es usualmente supuesto en los análisis económicos, la oferta competitiva es nula, o infinita o indeterminada. En efecto, en estos casos, el costo unitario de producción es constante; si el precio fijado para un bien producido es superior al precio unitario, la oferta correspondiente a un beneficio máximo es infinita, en este caso cada unidad producida reporta un beneficio, que es la diferencia entre el precio y el costo unitario, y la empresa tiene interés en producir indefinidamente; al contrario, si el precio fijado por el subastador es inferior al costo unitario, la oferta es nula ya que cualquier producción se haría a pérdida; en fin, si el precio fijado es “justo”, es decir, igual al costo unitario, entonces la empresa tendría un beneficio nulo, cualquiera que fuera su nivel de producción: su oferta puede tomar cualquier valor entre cero e infinito. En conclusión, la oferta de la empresa en competencia perfecta sólo está definida en el caso de los rendimientos a escala decrecientes, cualquiera que sean los precios. Notemos que en tal caso la empresa hace un beneficio estrictamente positivo; beneficio que es por hipótesis, completamente redistribuido entre los hogares, en tanto accionistas, pues éstas hacen parte de su dotación inicial. En consecuencia en los modelos de competencia perfecta, existen empresas pero no empresarios en tanto ninguna remuneración está prevista para éstos. Tal ausencia de empresarios, sorprendente a primera vista, se desprende de la ausencia de cualquier incertidumbre en este modelo: un computador, que conoce la función de producción de la empresa y los precios (fijados) de diversos bienes, puede cómodamente determinar las ofertas y demandas adecuadas, aplicando la regla de la igualación de las productividades marginales con los precios de los insumos. d) El caso del trabajo. Habida cuenta de su importancia, en tanto se puede considerar que es la principal fuente de ingreso de los hogares, es interesante ver como la microeconomía trata el caso del trabajo, que es para ella una mercancía como cualquier otra. Así pues, para el microeconomista, la demanda de trabajo se determina para las empresas aplicando la regla de la igualación de la productividad marginal con el precio del insumo, en este caso, el precio está dado por el salario real, esto es, la relación del salario recibido frente al precio del bien producido. Un ejemplo ver el capítulo 1.1.B.a. Al contrario, la oferta de trabajo presenta un cierto número de particularidades. En primer lugar, ya que el microeconomista considera que, al contrario de otros bienes, el trabajo es una fuente de “displacer” o de “desutilidad”, es decir, trabajar mas implica disminuir su utilidad. En tal caso no se puede aplicar al trabajo las reglas marginalista habituales, con un consumo sin intercambio, la utilidad máxima para una oferta de trabajo es nula. Además, porque el trabajo es una fuente de ingreso, pues se vende contra un salario, ingreso que compensa su “desutilidad”. Existe, sin embargo, un medio que permite analizar el trabajo como cualquier bien; para ello, es suficiente razonar sobre el tiempo de “descanso”, que está dado por la diferencia entre el tiempo disponible y el tiempo gastado en el trabajo. En efecto, como el descanso es fuente de utilidad, los hogares se pueden considerar como demandantes de descanso; claro está que mientras más “consumen” descanso, menos pueden consumir otros bienes, pues mientras menos trabajen menos ganan; de tal manera su preferencia será tal que la tasa marginal de sustitución entre el descanso y el consumo sea igual a la relación entre el salario, precio de la hora de descanso, y el precio de los bienes de consumo. En tanto que la demanda de descanso para un hogar está determinada o definida, se obtiene su oferta de trabajo, sustrayendo tal demanda de su tiempo disponible. La oferta de trabajo surge pues como un residuo, lo que puede sorprender a los no iniciados. Pero ello es una consecuencia directa del tratamiento igual del trabajo a los otros bienes, y por tanto se pueda ofrecer y demandar descanso las cantidades que se quiera, es pues divisible y sin límites. Conviene no obstante hacer notar que, aunque se pueda asimilar formalmente a otros bienes, el trabajo tiene la particularidad de ocupar un sitio importante, y hasta único, en el ingreso de los hogares. En tales condiciones toda variación en la tasa de salario provoca un efecto ingreso no del todo despreciable, que acaba por obstaculizar el efecto substitución. En esta forma, un incremento salarial incita a disminuir el tiempo de descanso, ya que éste cuesta mas caro, como “tiempo perdido” por no trabajar, y en consecuencia por aumentar la oferta de trabajo, ya que el consumo se sustituye por descanso. Pero, al mismo tiempo, como el aumento de salario implica el aumento del poder de compra, puede ser racional tomar la decisión de consagrar mas tiempo al descanso y trabajar menos; este efecto ingreso actúa en el sentido opuesto al efecto sustitución, de tal manera que no se puede afirmar a priori cual es el efecto de una variación del salario sobre la oferta de trabajo, incluso si se retienen las hipótesis usuales de la microeconomía. Digamos que los marginalistas ya habían efectuado tal constatación; por lo demás admitieron que la curva de la oferta de trabajo podría ser decreciente, al menos en algunas partes. 3. CONCLUSIÓN. Una idea se desprende del estudio detallado de las principales características del modelo de competencia perfecta: el “mundo” que representa corresponde a una forma de organización social extremadamente centralizada e incluso “autoritaria” ya que todas las decisiones han de pasar por las manos del subastador; en particular, las relaciones directas, bilaterales, son prohibidas. Ello es un poco paradójico pues la idea de los microeconomistas, de la cual no se pueden desprender con facilidad, es que el “modelo competitivo” debe dar una descripción idealizada del “sistema de mercados”, cuya propiedad esencial sería su carácter ...descentralizado! Evidentemente tal paradoja no divierte mucho al microeconomista. Ahora, es de alguna manera inevitable, ya que la centralización de precios, de ofertas y demandas, de información permite las simplificaciones para el tratamiento matemático del problema de la coordinación, como lo veremos en el próximo capítulo. |
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Título: La Microeconomía |
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